En casi cualquier lugar del mundo una botella no es más que un recipiente para guardar agua, leche, o algún otro líquido; sin embargo, en esa generalidad, La Habana de hoy marca la diferencia.
Aquí, unos "dan y otros cogemos (agarramos) botella".
Tratando de encontrar un equivalente fuera de la Isla, podría equipararse con "pedir un aventón" o "hacer autostop". Y digo podría porque la forma y el color aquí cambian. Un semáforo, varios autos, choferes bondadosos y personas con necesidad de trasladarse bastan para que, desde un sofisticado mercedes hasta un almendrón (autos antiguos), cualquier "carro" se convierta en una "botella".
La luz roja es la señal de arrancada. En el acto, quienes piden botella caminan con rapidez hacia los autos. La manera de preguntar varia según la educación del botellero, pero en esencia es la misma: operativa, fugaz como la roja: ¿Me puede adelantar?
Un sí, es llegar temprano al trabajo o la casa, evitar los avatares del transporte público, es la felicidad misma. Un no, esperar. Entre uno y otro, median en cuestión dos elementos: los sentimientos del chófer hacia el prójimo y sus posibilidades reales de llevarte.
No tengo la precisión de cuántos nos movemos diariamente en botella, pero la cifra no debe ser subestimable. Para las mujeres es sin dudas el primer lugar de las estadísticas. Los hombres tienen más reservas en "pedir el aventón" y los choferes en darlo si el "solicitante" es del sexo masculino. "Los hombres pueden caminar y coger guagua", me comenta Miguel, uno de los choferes de mi centro laboral. Y anque está claro que las mujeres también podemos, "belleza y juventud convencen a cualquiera completa Migue.
Obviamente, en un país como este, con carencias de transporte que abruman al más optimista, la botella es una vía no despreciable. Ojalá que se multipliquen los choferes deseosos de ayudar más allá del sexo y la belleza de las pantorrillas.