Por : Mayra Arzuaga González
Tres meses han
transcurrido hasta hoy desde que el Pastor Iván nos comunicó que del seis al
diez de agosto viajaríamos a la Ciudad Primada de Cuba. Estos son parte de los recuerdos que me acompañarán siempre de tan especial viaje. Después de varias horas de un trayecto que comenzó antes de que alumbrara el día, llegamos a Baracoa.
II
¡Coge tu piña cubana
aquí, dulce y barata!, ¡…pero mira, yo la tengo en lascas!, ¡cucurucho de coco,
agua de coco dulce y fresca, turón de almendras, guineo maduro! , gritaban
desesperados los vendedores cuando entramos a Baracoa. ¡Aquello fue tremendo,
comimos tantas cosas a la vez, que algunos se ingestaron!
Son las once y treinta
de la mañana, emprendemos nuevamente viaje, esta vez ansiosos por llegar al
destino final. El camión enfiló rumbo a un lugar totalmente desconocido para todos,
pues la Ciudad Primada, al menos la habíamos visto en la tele.
¿Fina, pero a donde vamos por este monte?;
gritó Masi, una de las más jóvenes del grupo, ¡ah!, es que no les expliqué que la Iglesia está situada en la
Comunidad El Manglito, a l7 kilómetros del pueblo.
Fina, una hermana que lleva muchos años en la “Iglesia
de Cristo” de la Calle l7 de Camilo Cienfuegos en Bayamo, nativa de Baracoa,
había sido la promotora de organizar este viaje, con la finalidad de que
pudiéramos disfrutar parte de la etapa vacacional en un lugar inigualable.
El Manglito es una
comunidad de fuertes raíces aborígenes, al el norte bañada por las
transparentes aguas azules de la Playa Arena Blanca y al sur rodeada de
extensos territorios de cocoteros y grandes arbustos de Guapén, (en otras regiones se conoce como Mapén), alimentos muy
codiciados por los habitantes de aquí. Las casas, muchas construidas a la
orilla de la carretera con el mismo estilo; de madera, fibro o zinc, tienen fachadas
con medio portal y están pintadas con colores vivarachos las que le dan un
matiz especial al entorno.
¡Llegamos!, grita Dermis la hermana de Fina.
La “mole” suelta el rugido final
frente a una casa antecedida de una gran escalinata. Afuera, Jorge Luis, Pastor
de la Iglesia local, junto a otros hermanos nos reciben, emocionados por la de alegría
de vernos y a la vez asustados. Éramos muchos, en realidad no esperaban tanta
gente. Nos dan la bienvenida y nos conminan a entrar y a acomodarnos como
pudiéramos.
Fue tremendo el arribo, ¡ay! Dios, ¿dónde colocamos todos estos
paquetes?, eran demasiados los bultos, pero como está escrito, para Él no
hay nada imposible; rápidamente todas las cosas quedaron ordenadas.
¡Que tentación!, la playa enfrente. A algunos no les importó el cansancio de la
larga travesía y se fueron raudos a bañarse en las saladas y cristalinas aguas.
El cielo y el mar eran del mismo azul, la arena blanca y fina debajo de los
cocoteros, ¡qué belleza la creación
divina, es algo incomparable!
Los bañistas regresaron
con mucha hambre, deseosos de quitarse el agua salada del cuerpo, pero ¡cual no
sería la sorpresa! cuando el Pastor de la localidad les comunicó que en la casa
no había agua, pues hacía unos tres meses no llovía y los aljibes donde se
almacenaba el preciado líquido, estaban casi secos. El baño se realizaría en un
lugar llamado la manguera y que estaba “ahí mismo”. Un lugareño les mostró el
camino, sin embargo, el ahí mismo estaba a más de un kilómetro.
Pero el día traería más
sorpresas para nosotros. La Manguera era realmente una manguera colocada a más
de 20 kilómetros de distancia, entre dos lomas; una alternativa que buscaron
los dirigentes del Poder Popular de la zona a las decenas de familias que viven
en los alrededores- donde no hay conexiones hidráulicas-, para que pudieran acceder
al agua potable en tiempos de escaza lluvia.
Lo más impresionante de
todo es que “la manguera” constituye un lugar de diversión para los jóvenes,
pues a pesar de que el baño se realiza al aire libre; en ocasiones vimos
reunirse a más de 20, felices y contentos esperando su turno. Pero no solamente
los jóvenes llegaba allí, también concurren personas adultas, niños y ancianos.
Hasta realizan el lavado de sus ropas encima de unas piedras. ¡Hay que ver con
que pasividad viven!
Para nosotras las visitantes
fue muy difícil realizar el baño de las partes íntimas de nuestro cuerpo al
aire libre y a la vista de muchos espectadores, pero al final también tuvimos
que reírnos y disimular.
En la noche, después de
la comida, nos reunimos para celebrar juntos y en armonía como demanda nuestro
Señor y darle gracias por el viaje y por todas las bienaventuranzas recibidas
durante el día.
Al amanecer el Pastor
Iván nos convoca a una excursión al río “Yurumí”. Temprano, y bajo un sol
radiante, emprendimos una caminata de más de 8 kilómetros. A la mitad del
camino, alquilamos un tractor, ¡gracias a
Dios!, pensé yo, porque creía que no
llegaba. Como sardina en lata, pero gozosos continuamos el viaje.
Pensábamos que lo que habíamos vivido hasta
ese entonces en el Manglito, había superado todas nuestras expectativas, pero aún
faltaba mucho por ver. Lo que estábamos viendo era la creación perfecta de
Dios, ¿pues qué hombre pudo fundir la
ladera de piedras de más de cien metros, poniendo límites a las aguas cristalinas
del ancho río Yurumí, que convergen con las del mar? ¿Quién puso ahí los
árboles, tan altos como la ladera?, poblados de diferentes especies de pájaros con
su trinar. Algo de una belleza sobrenatural tiene este lugar.
Los turistas nacionales
y extranjeros, para llegar hasta el río tienen que ser trasladados en botes, y
el espectáculo de ese ir y venir le ofrece mayor belleza al lugar. El paseo por
todo el brazo del río que parece esconderse en el recodo, hasta donde no
alcanza la vista, es impresionante. Verdaderamente estábamos viviendo un sueño.
Todos experimentamos
algo maravilloso y sublime, tremenda sensación de paz. Aunque sobrevino la
tarde, algunos, y en especial los niños, se negaban a salir de las quietas y
transparentes aguas en las que se podía divisar todo cuanto había en el fondo.
Conocimos a través del guía que nos llevó
hasta el Cañón del Yurumí, pues así se llama el hermoso paraje, que en el
tiempo de los indios, era tan fuerte la persecución que los españoles tenían
sobre ellos, que preferían lanzarse de la cima de la ladera hacía el río, a
tener que ser alcanzados por éstos, pero que emitían un grito al tirarse que
decían” yu murí”, cuando en realidad, lo que querían expresar es que: “ya morí”,
es por lo que río se nombra “Yurumí”.
De regreso tomamos una
guagua, dichosos pues no tuvimos que ir en la de “Nando”, es decir: un rato a
pie y otro caminando.
Nos esperaba la
Manguera. Esta vez con la presencia de menos espectadores, nos pudimos bañar
mejor.
Tras la comida ¡La
noticia del día!, después de tres meses, cae un aguacero, los lugareños muy
contentos nos decían, ustedes vinieron a
traernos la lluvia, ¡qué bendición!
Otro día de gozo y de
placer, el baño en la playa Arena Blanca, toda la orilla abarrotada de kioscos,
donde se expenden diversos platos típicos de la región, como son: tamal a base
de plátano y picadillo ( algo exquisito), maíz hervido, turrón de coco y de
almendra, así como otros platos de la comida tradicional cubana.
Playa Arena Blanca también
estaba repleta de personas que vienen de todas partes de la ciudad a disfrutar
de sus cálidas aguas. El sol intenso nos quemaba, pero queríamos aprovechar
hasta el último momento, ya quedaba solo un día de estancia en el Manglito.
¡Qué emocionante el
paseo en bote!, los boteros nos llevaron hasta donde el azul de las aguas es
más intenso, esta vez si que no me lo perdí.
Lo que si me perdí, fue
la excursión a un lugar llamado El Jobal de Mandinga, a 18 kms de la comunidad
donde nos encontrábamos. Dicen que todo este trayecto se realiza a través de empinadas
montañas, algo parecidas a las del Pico Turquino. Y que al llegar a la casa
pastoral los esperaba un puerco en púa, acompañado de platos aborígenes como el
mogo de guapén, el guanimo, es decir; tamal de plátano, atol de maíz en forma
de leche y el chote para la sazón de las comidas.
Llegó el día del regreso a Bayamo, pero esta
vez no lo hicimos por la Loma de la Farola, sino por Moa, a sugerencias del
Pastor de la localidad, un viaje interminable y cansón, pero que permitió que
pudiéramos conocer algo de Baracoa, su malecón, la playa con sus arenas negras,
el barco que lleva muchos años encallado en la costa. Así vivimos también algo
de la pequeña, pero pintoresca ciudad.
Los recuerdos de todo
lo vivido, durante este maravilloso viaje, son como mariposas, que aún
revolotean en mi mente.
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